Muerto el rey
Dios ha muerto esta mañana de un paro cardíaco y la foto es
trágica. En el centro el cuerpo, a su izquierda miles de burócratas llorando y
buscando empleo, a su derecha una caja fuerte, un revólver con balas de plata y
una golondrina.
El cuerpo se pudre, los burócratas miran y el ave aprovecha.
Se vuelve del espesor de una sombra, asalta la caja y saca de ella mil cartas
escritas a máquina. Se saltea las filas, los trámites, las estampitas, los
feriados, la falta de ideas, las faltas de ortografía, y la fé de erratas.
Corrige algunas cosas y distribuye la vasta correspondencia.
Llueven mensajes en la Tierra. Primero caen regaños a los
religiosos por desfigurar tanto la palabra amor y la palabra perdón. Más tarde disculpas
a los de oriente, a los de occidente, a los vecinos de este planeta y también
de otros, a los políticos, a los presos, a los esclavos, a los ateos, a los empleados,
a los todos, a los nadies, a las vías del tren, a los ríos, a los techos y a
los puñados de cereal por todos los platos rotos.
Luego las palabras de aliento.
A los pasionarios para que sigan dispuestos a perder porque eso
los dispone a amar.
A los preocupados con pies de cemento, para que decanten la culpa en conciencia.
Al silencio para que siga siendo grande, tan grande que no lo puedan escuchar ni romper si él no quiere.
A los inquietos para ordenarles que cuando todos se pongan a discutir ellos mejor se pongan a hacer, porque recogerán los frutos del camino y no del mapa.
A los cobardes, quienes recibirán una, diez, cien fotos del abismo donde van los abrazos sin dar, las necesarias hasta que entiendan. Las necesarias hasta que se animen.
A los que luchan para que no dejen nunca de enseñar. A los que enseñan para que no dejen nunca de luchar.
A los que sangran pero eligen gritar paz mientras otros gritan justicia porque saben que con la justicia no alcanza, para que no olviden.
Al que extraña las mesas largas para que levante la vista.
A los que nacen para decirles que se agarren fuerte.
A los que mueren para decirles que no es tan raro ni tan grave.
A los que corren entre llamas.
A los que lloran entre cenizas.
A los que apuestan, para recordarles que mientras sigan apostando a la belleza la humanidad está a salvo, porque toda expresión artística representa un voto de esperanza.
A los que usan el corazón.
A los preocupados con pies de cemento, para que decanten la culpa en conciencia.
Al silencio para que siga siendo grande, tan grande que no lo puedan escuchar ni romper si él no quiere.
A los inquietos para ordenarles que cuando todos se pongan a discutir ellos mejor se pongan a hacer, porque recogerán los frutos del camino y no del mapa.
A los cobardes, quienes recibirán una, diez, cien fotos del abismo donde van los abrazos sin dar, las necesarias hasta que entiendan. Las necesarias hasta que se animen.
A los que luchan para que no dejen nunca de enseñar. A los que enseñan para que no dejen nunca de luchar.
A los que sangran pero eligen gritar paz mientras otros gritan justicia porque saben que con la justicia no alcanza, para que no olviden.
Al que extraña las mesas largas para que levante la vista.
A los que nacen para decirles que se agarren fuerte.
A los que mueren para decirles que no es tan raro ni tan grave.
A los que corren entre llamas.
A los que lloran entre cenizas.
A los que apuestan, para recordarles que mientras sigan apostando a la belleza la humanidad está a salvo, porque toda expresión artística representa un voto de esperanza.
A los que usan el corazón.
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