La virtud elemental como método para sortear los huracanes

Él revienta, salta, crepita inagotable
no cabe en su cuerpo con tanta alegría.
Atraviesa corriendo todo el pabellón
y se le escurre el tiempo
porque está ocupado sonriendo
como hace mucho no le sucedía.

Ella lo vio y aguarda como puede al otro lado
él planea en su dirección con la vista fija
y el único deseo de llevársela a casa,
ya no puede pensar en nada
y no puede esperar a disfrutarla.
Milagro de amor y rock and roll
si ella está de vuelta,
porque ahora es aire libre
bautizando el corazón,
con olas y canciones nuevas
que derrocaron sus malditos ojos blancos.

Trae consigo la calma ilustre de que todo ha valido la pena.

Se trenzan en una baldosa,
y tras el ritual de sus brazos largos
ella impera con delicia y ansiedad
y hace que él la tome,
y él la toma
y posa su mano
sobre su cintura pluma,
su pecho hinchado
sobre su torso tallo.
Y bailan como baila el fuego
y son mil pájaros flameando con marfil en la cara.
Es que cuando ella mueve su cadera
(sólo cuando ella mueve su cadera)
él deja de ser piedra y suelta el control,
y vuela como un disparo
y crece como un árbol.

Porque una vez más
después de tanto rato,
entre esos cuatro ojos que se miran atiborrados
yace el abismo en que el tiempo cae
y se rompe en mil pedazos
porque ahora la alegría es barro cincelado por sus besos
y ya nada les roba el cielo.

El Sol y la Luna, y todos los planetas decoran el manto
la multitud copa la calle,
grita “Viva! Viva!” y llora a carcajadas,
la gente se abraza sin pedir permiso,
se embanderan todos en todos lados,
las veredas arden y arde también el manto,
El triunfo es histórico,
hoy todos, todos, festejan:
veredas, banderas, gente, firmamento y papelitos.
Y ellos se contemplan salvos
como los únicos animales del universo
sentados sobre una gran manzana
que mientras se miran se hacen entre sí
como la mano artista dibujando sus propias líneas para al fin existir
y seguir dibujándose,
sabiendo que no hay más límite que la voluntad de su trazo.

Él ya no da más porque siente que esperó toda una vida,
y lo único que quiere es llevársela de vuelta a casa.
Le dice “¿Vamos?”
ella asiente con fina voz de plata y despegan.

Es el premio del amor que supo ser aguante eterno,
virtud elemental de los que jamás pierden la fe.

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